La gramática del poder en la industria de los hidrocarburos
Cada gobierno construye una gramática de poder según sus programas y sus visiones del desarrollo. Frente a la industria de los hidrocarburos de Colombia los gobiernos anteriores sobrepusieron el desarrollo económico -expresado en dinero originado por las inversiones extranjeras y por las divisas de las exportaciones de carbón, gas y petróleo- a la transición energética para un mundo menos contaminante y un planeta menos contaminado por las emisiones de dióxido de carbono.
El presidente Santos habló de “cinco locomotoras para el desarrollo económico”. Una de ellas, basada en las industrias extractivas, fundamentalmente el sector de los hidrocarburos. Eran los tiempos de la bonanza petrolera y de la disminución de los poderes regionales en la administración de las regalías petroleras mediante la creación de los OCAD. Una nueva sigla en la gramática del poder centralizante.
El gobierno de Duque admitió la necesidad de la transición energética paradójicamente basada en el incremento de la explotación a ultranza de los recursos del subsuelo. Se aprobaron exploraciones del subsuelo mediante el fracking y offshore. Nuevas palabras para designar otras formas de acceder a las riquezas petroleras en zonas difíciles para los métodos tradicionales de perforación. “Ante la pobreza de nuestros suelos es preciso acudir a la riqueza de nuestros subsuelos” fue la justificación para una nueva gramática que justificaba la supremacía de las industrias extractivas por encima de la producción agrícola.
El actual gobierno ha propuesto una nueva gramática basada en la defensa de la vida y las alertas que los científicos y la propia naturaleza han ido generando en la conciencia de millones de habitantes del planeta, fundamentalmente en los jóvenes y niños. “Calentamiento global”, “sustancias agotadoras de ozono (SAO)”, “efecto invernadero”, son las expresiones que toman relieve para anunciar la catástrofe sobreviniente por una economía “carbonizada”, es decir dependiente de la explotación de los hidrocarburos.
Estas diferencias gramaticales revelan visiones claramente antagónicas. La ratificación del Tratado de Escazú por el Congreso de Colombia marcó el inicio de una batalla de colosales dimensiones. Batalla que se libra entre el gobierno y la oposición, pero fundamentalmente en la mente de los millones de habitantes de Colombia cuyo desconocimiento de esas nuevas gramáticas del poder en la industria de los hidrocarburos los inhiben a tomar claro partido frente a las diferentes visiones que hoy se debaten.
En el vórtice de ese debate hoy se encuentra la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez. Ello explica por qué cualquier imprecisión, cualquier falla gramatical le es cobrada de manera magnífica por una oposición tenaz que evade el debate de fondo acudiendo a las peleas de las formas.
No es cualquier pelea. En ella se expresan fenómenos colaterales o exógenos que van desde el impuesto a la gasolina hasta los efectos de la guerra en Ucrania. Y en una pelea de tanto calibre, las formas adquieren una importancia suprema, no basta entonces defender a ultranza a la bienintencionada ministra de Minas y Energía.
El dominio de una gramática de poder en estos temas se convierte en un arma fundamental para la defensa de una política acertada. Y los errores gramaticales se convierten en el flanco más débil para quienes quieren volver trizas la política del actual gobierno en el campo de los hidrocarburos.
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